jueves, 30 de mayo de 2019

Sobre igualdad de género

   La intención de este relato autobiográfico no es más que intentar explicar lo que, para mí, significa la igualdad de género y el feminismo. Desde mi punto de vista y sin la menor intención de crear polémica o debate sobre ello, aunque nunca rehuyo una sana discusión, porque pienso que todo debate es una gran oportunidad para que aprendamos todas las partes.

   Lo primero que pienso que debo decir es que yo nací, en Carabanchel, en 1970, y que para el 73 ya estaba viviendo, con mis padres y el resto de mi/su familia en Las Margaritas, Getafe.
   Explico ésto porque me gustaría que entendiéseis, queridas lectoras (utilizaré el masculino y el femenino plurales indistintamente, de aquí en adelante, cuando se trate de un plural que abarque esos dos géneros -que en nuestro lenguaje no tenemos más, aunque en la realidad, en la vida, haya una verdadera infinidad de ellos-), que yo me socialicé -al igual que todas las personas de mi edad- en una sociedad machista y patriarcal, en la que apenas había mujeres que trabajasen remuneradamente y, las pocas que lo hacían, en profesiones de cuidados; en una sociedad en la que la mayor parte de las mujeres tenían como ambición máxima casarse, en la que no te podías divorciar y en la que no estaba mal visto que, cuando una mujer se pasaba un poco de la raya, el marido la pusiera al orden, aunque esto conllevase un guantazo. Es por ello, por haberme socializado en esta sociedad machista (entre otros muchos defectos), y siendo yo un hombre (aunque no creo que eso tenga aquí y ahora mucha importancia), por lo que, reconozco, soy (o al menos fui) machista.

   A mis 5 años de edad se me imponía que los hombres no lloran y los insultos más comunes que había para combatir esa desmesurada expresión de sentimientos eran "niña" y "mariquita", ya fuesen expresados por otras niñas de tu edad, personas mayores que tú, o incluso tus hermanas y tu familia en general. Para los 8, cuando ya habías conseguido, más o menos, controlar ese exceso de expresión de sentimientos, empezabas a tener tus recompensas, en forma de privilegios sobre las otras personas que no habían sabido -o querido- controlarlos, a saber: las niñas y los mariquitas. Era el momento de educarnos en la violencia y ser nosotros los que insultásemos, empujásemos y nos riésemos de esos dos grupos de personas.

   A los 11 o 12 años, cuando empezaron a interesarme de una manera más seria las niñas, me di cuenta de que ellas mismas querían también (ya que ellas estaban socializadas igualmente en la misma sociedad que nosotros) que fuésemos (los niños) un poco malotes, y que las tratásemos de una manera que yo hoy día considero que es un maltrato. Aparentemente les gustaba el amor romántico y les parecía muy bien que sintiésemos celos y que las tratásemos más o menos como si fuesen de nuestra propiedad, controlándolas habitualmente y abusando físicamente de ellas (estoy hablando de meter mano, tocar sin permiso o coger la mano de ella -quien fuese ella, que no tenía que ser nuestra pareja- para obligarla a tocarnos a nosotros) cuando a nosotros nos apetecía, levantarles la falda o desabrocharles el sujetador, sin que ello significase más que unas risas y un "¡quita tonto!" por parte de ellas, nunca un enfado y, aparentemente, ni tan siquiera una verdadera molestia. He de reconocer que participé de estas prácticas durante más bien poco tiempo (las observé durante bastante más) y casi siempre debido a la presión del grupo (aunque ahora parezca una excusa), ya que por aquel entonces yo ya empezaba a ser un poco rarito, al menos para la forma de verlo de mis compañeros de juegos, y porque, además, a eso de los 14 años, comencé mi primera relación estable/duradera con una chica.
   Esa necesidad de ser malote me acompañaría durante una parte de mi "primera vida" para, por un lado no dejar que los demás chicos abusasen de mí, y, por otro, para dar a las chicas la sensación de que les puedes defender en un momento dado, y que puedes, de una manera o de otra, representar perfectamente el rol de hombre-marido-padre en el que todos y todas estábamos siendo socializadas.

   Pienso que es el momento, ahora, de decir que soy promotor de igualdad de género (o al menos tengo ese título, porque lo que es ejercer...., al menos remuneradamente, no he ejercido nunca), aunque pienso que yo era, de alguna manera, feminista mucho antes de eso. E intentaré explicarme:
   A mis 12 o 13 años escribí mi primer relato corto, que versaba sobre un pueblo en el que se daba lo que yo más tarde descubriría como la anarkía. En este pueblo todo el mundo podía, y debía, hacer lo que quisiera, porque la única regla era ser libre sin molestar al resto de la ciudadanía. Pues bien, en aquel relato corto hubo una violación en aquel pueblo, y toda la ciudadanía se reunió en la plaza para debatir sobre lo ocurrido y juzgar el hecho. El acusado terminaba siendo declarado culpable de obstaculizar la libertad de ella de hacer o no hacer lo que ella quería en ese momento, dado que ella era una persona igual que él y tenía, por tanto, los mismos derechos (de libertad) y obligaciónes, sin distinguirles en absoluto. El hombre al final era sentenciado a pedirle perdón a ella y a que todo el pueblo le afease la conducta durante un periodo (ahora no recuerdo cuánto) de tiempo, hasta que él entendiese que somos todas iguales y que no se podía obligar a nadie a hacer algo que no quería.
   Viendo con retrospectiva aquella narración, diríase que, sin ser, en realidad, más que una ejemplificación de cómo se tomaban las decisiones en aquel pueblo (juicios incluidos), ya tenía en el fondo una pequeña semilla de alegato feminista.
   Pienso que esa igualdad que yo proponía en aquel relato me venía, en parte, por la necesidad de búsqueda de justicia (entendida como equidad) que siempre he sentido (quizá a causa de las injusticias que he vivido desde mi más tierna infancia) y, en parte, por haber tenido una hermana mayor que yo, a través de la cual (y de su grupo de amigas y amigos) veía yo las discriminaciones que ella sufría y los privilegios que, tanto mi hermano como yo, teníamos sobre ella. Privilegios que, cuando me percataba de ellos, yo intentaba eliminar o reducir, compartiendo sus tareas domésticas y ayudándole en lo que yo pudiese, lo cual fraguó, creo, una bonita amistad gracias a la cual empecé a tener contactos reales con lo que más tarde se ha dado en llamar "la lucha de las mujeres por la igualdad de género".

   Con 18 años me libré de la mili por sordo. Y hablo de ello para recordaros la sociedad en la que vivíamos (1988) y lo que suponía tener un estamento militarizado para, literalmente, hacer hombres a los niños. Aproximadamente un año antes había empezado a relacionarme con el "Milikk", a través del cual conocí a alguna organización de "mujeres combativas", no sólo en contra del militarismo sino, también, a favor del feminismo. Hoy en día, personas a las que considero mis amigas, como Montse o Yoli, siguen en primera línea de la lucha feminista en todas las organizaciones en las que trabajan, colaboran o son socias....
   Por aquellos tiempos, los insultos más utilizados para denigrar a un chaval eran "nenaza" y, sobre todo, "maricón".
   Poco después de haberme librado de la mili, me busqué un trabajo, dejé los estudios, y me fui a vivir sólo (aunque por épocas compartí piso con Olga -aquella pareja con la que comencé a los 14 años-), lo que me terminó de entrenar (no al principio, que la casa parecía muchas veces una pocilga) en la realización de las tareas domésticas, de las cuales siempre, a partir de entonces, he co-laborado, porque siempre he considerado como una co-responsabilidad.

   Mi socialización en los trabajos tampoco se puede decir que fuese de lo más satisfactoria de cara a educarme en la igualdad de género, ya que comencé a trabajar de albañil (y estuve muchos años trabajando de ello) en una época en la que estaba bien visto piropear a las mujeres desde las obras (he de reconocer que hubo un tiempo en que, yo también piropeé a alguna chica, fue muy poco y puede que dijese unos tres piropos en total -en 20 años-, pero los dije). Visto desde dentro, parecería una competición para ver quién era más macho, y que quien mayor burrada dijese, que asustara y/o denigrase más a la mujer que pasaba, fuese el más macho de todos al haber demostrado (al menos de boquilla) su mayor capacidad de opresión hacia cualquier mujer. Discutí unas pocas veces con unos pocos compañeros, ya que siempre he pensado que cualquier lugar y momento es bueno para aprender y para ello lo mejor es dar opiniones para que puedan ser rebatidas en un debate que, en algunas ocasiones, llegó incluso a ponerse violento. Aun así, sigo alegrándome de haber defendido siempre, algunas veces con bastante vehemencia, unas ideas políticas progresistas entre las que siempre he incluído la igualdad de género y el feminismo.
   Esta defensa del feminismo te deja, a veces, en una situación extraña, en la que tus colegas empiezan a hablar de ti como "el pesao este de la igualdad", y en la que muchas veces piensas que, según en qué ocasiones, no eres bien recibido en según qué grupos. Te aisla un poco en cierto modo porque, por un lado eres un hombre, no te lo puedes (y a lo mejor ni siquiera quieres) quitar, lo que te hace quedarte fuera de ciertos colectivos femeninos/feministas, pero a la vez, eres el "pesao de turno" en los masculinos/machistas, en los cuales tampoco eres aceptado.
   Pero esta es otra película y me estoy yendo del guión....

   Hasta aquí, he querido explicar que he sido socializado (como toda mi generación, hombres y mujeres) en una sociedad machista, MUY MACHISTA, y que he de reconocer que yo también he sido machista, yo también me he enamorado y he tenido amores románticos, yo también he sentido celos y también he sentido a mi pareja como mía; yo también he disfrutado de los privilegios, auunque, por otro lado, siempre he defendido la igualdad, lo cual, en algunos casos, me llenaba de contradicciones, y más cuando leía libros de Lévi-Strauss, de Margaret Mead, de Durkheim, de Boas, en los que me daba cuenta de que hay otras maneras de establecer las normas sociales, los roles, los géneros, que todo podía ser de otra manera símplemente con que nos pusiesemos de acuerdo en ello. Sin embargo, yo era machista, yo seguía siendo machista incluso cuando era uno de los pocos hombres que acompañaba las manifestaciones feministas en los tiempos aquellos (no hará más de 12 años) en los que llegábamos un total de 20 personas, y algunas veces menos, hasta Plaza de España. Yo seguía siendo machista hasta que, estudiando psicología, me di cuenta de que todo lo que es aprendido, se puede desaprender, es necesario un gran esfuerzo (sobre todo las primeras veces que intentas desaprender algo) de estarte vigilando a ti mismo, constantemente, durante mucho tiempo, para corregir tu conducta en cada momento que aparece, hasta que con el tiempo y el hábito nuevo creado crees que puedes empezar a relajarte (y te pillas en ocasiones volviendo al comportamiento anterior), lo que te anima y te sirve de recompensa que fortalece ese nuevo hábito. Todo esto es más fácil cuando te das cuenta de que puedes modificar la parte mental a la que yo, con Freud, llamo "superyo", Pero esto de nuevo es otra película (parece que hoy estoy un poco espeso) y si hablo de ello alguna vez, será en otra parte....

   Volviendo al tema, dado que todo se puede desaprender y que todos los roles, las normas sociales, los géneros, los estereotipos, los racismos, los sexismos.... todo, realmente todo en el comportamiento humano es aprendido y, en principio, con Nietzsche, podríamos autoconfigurarnos y producir el "superhombre" (utilizo aquí el mismo término que el autor, me parece feo tranducirlo para que sea más inclusivo), aunque yo soy un poco más humilde (o puede que más vago, puesto que cada cambio cuesta) y me conformo con ir formándome en la dirección que yo deseo.

   Ahora, tras explicar mi socialización, mis diferentes aprendizajes y mis descubrimientos sobre las posibilidades de cambio, pienso que ya puedo abandonar mi biografía para explicar cuál es mi idea de igualdad:

   Todas las personas somos, eso, PERSONAS. Como bien nos han demostrado antropólogas y sociologas, todos los roles y estereotipos están en función de la sociedad que ha producido la cultura en la que están absortos, y en diferentes sociedades, se dan comportamientos diferentes asociados a los mismos roles. Luego son intercambiables, modificables y/o eliminables. No es cierto que las familias tengan que ser de una manera determinada, hay muchos tipos de familias en las distintas sociedades. No es cierto que una madre tenga que ejercer el rol de madre, ni que una hija tenga que ejercer su rol, con todo lo que esos roles conllevan, de respeto por parte de la hija y autoridad por parte de la madre, y de muchos otros comportamientos que se asocian a cada uno de esos roles. No es cierto que una profesora tenga que adoptar su rol y las alumnas el suyo, porque no es cierto que sean esos roles, lo único cierto es que todas son PERSONAS, persona que enseña a personas y persona que recibe enseñanzas de una o varias personas (en este momento, que siempre se pueden volver -como casi siempre ocurre- las tornas), al igual que la madre es una persona que, en este momento cuida a otra persona (totalmente independiente de ella y con sus mismos derechos -y el respeto, para conseguirlo hay que darlo primero-) y la hija es una persona que, en este momento, y por un corto lapso de tiempo (mucho más corto de lo que nos pensamos) necesita cuidados de, evidentemente, personas. Pienso que, en realidad, las personas que necesitan cuidados (tengan la edad que tengan) tienen siempre los mismos derechos que las personas cuidadoras, aunque éstas, habitualmente se los nieguen.
   Bien, pues, de igual manera que no existen las policías o las ladronas, que no existen las abuelas o las nietas, que no existen las trabajadoras o las jefas, que son todas ellas PERSONAS que están asumiendo un rol aprendido pero que, si quieren, pueden dejar de hacerlo y comportarse como PERSONAS QUE..., de esa misma manera no existen los hombres ni las mujeres, no existen las homosexuales ni las heterosexuales, no existen más que las personas, personas que tienen los mismos derechos porque realmente entre las personas no hay ninguna diferencia (aunque entre los individuos sí, y por ello el conflicto de malentendidos que producen los idiomas). Personas que toman decisiones sobre sus comportamientos y que, si tuviesen la suficiente información, se comportarían como personas con el resto de las personas, abandonando sus roles y comprendiendo que, como todas somos personas, y somos iguales, no podemos hacer otra cosa, si queremos ser coherentes, que comportarnos con ellas en el mismo plano de igualdad que con cualquier otra persona y que nosotras mismas exigiríamos del comportamiento de las demás personas.

   Dicho todo esto, pienso que sólo me queda por decir que considero que, en cuanto a la lucha feminista se refiere (y que conste que para mí cualquier lucha que busque la igualdad y el respeto por los derechos -de lo que sea- es feminista), ha sido apropiada, desde luego con toda la razón y todo el derecho, puesto que son el sujeto que sufre la discriminación, por las mujeres (personas que ejercen ese rol), dejándo fuera en algunos casos a personas que podrían aportar ideas que podrían ser válidas en la lucha. Aunque también entiendo la desconfianza de aquellas en éstas, pues éstas serían el sujeto discriminatorio y violento que pone en peligro sus vidas y les niega sus derechos y que por muy evolucionadas y empáticas que sean, y aunque hayan pasado miedo por las noches, a causa de otras personas, cuando han pasado por zonas oscuras (por ejemplo el que yo he podido pasar por los nazis), nunca es el mismo miedo porque nunca es a un grupo tan inmenso como la mitad de la población y nunca han sufrido la discriminación tan abusiva que aquellas sufren. Es por todo ello por lo que considero que mi papel (mi rol, al fin y al cabo -pero un rol elegido por mí-) en esta lucha es el de acompañamiento, el de estar preparado justo unos centímetros detrás de ellas para dar el paso que ellas decidan, sea cual sea, unas milésimas de segundo después que ellas para apoyarlas en su avance, pero nunca por delante porque, al igual que en una lucha mía no me gustaría que nadie me digese ni cuándo, ni cómo, ni qué debo hacer, comprendo que, como al final sómos todas personas, a ellas les pueda pasar exáctamente lo mismo, y no soy yo quién para, sin estar en el grupo sufridor de la discriminación, tomar la iniciativa en una pelea que, aunque considero igual de mía que de cualquier otra persona, entiendo que deben ser ellas las que la libren.

   Por todo lo dicho, SÍ, ME CONSIDERO FEMINISTA, y estoy con vosotras intentando avanzar hacia esa igualdad real que todas deseamos y podéis contar conmigo para cualquier cometido que se os ocurra que pueda desempeñar.

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