martes, 14 de septiembre de 2010

Días

Hay días y días.
Hay días en los que el abatimiento te supera, hay días aciagos que te hunden y te pisan el cuello para que no puedas sacar la cabeza del agua, hay días alegres y joviales, y hasta hay días huecos, vacíos, en los que no sientes nada, símplemente te dejas arrastrar por las circunstancias que te rodean hasta el momento en que Morfeo te abraza para transportarte hasta un nuevo día que nadie, ni siquiera él, sabe qué día será.
También hay días normales, que no se pueden clasificar, porque, sin ser días huecos, piensas que nada estás sintiendo, que nada va a pasar, y también hay días lúcidos, en los cuales piensas de una forma clara y te das cuenta de cosas que nunca habrías pensado. Pero estos días son peligrosos, pues pueden cambiar de forma rápida a cualquiera de de los otros días, migrando hacia la euforia o hacia la decepción, hacia la diversión o el aburrimiento.
En uno de estos días puedes empezar observando la vida con curiosa cara de niño y, en un momento dado, darte cuenta de que te estás convirtiendo en un águila, de que, por fin, estás empezando a poder sobrevolar los problemas y los pesares, y te sientes bien, y te sientes fuerte durante esos primeros momentos en que tus alas te permiten mantenerte, en equilibrio al menos, sobre el aterrador barranco de tinieblas que frente a tí se abre. Hasta que desfalleces, claro, pero es un buen augurio -eso creo- y un buen comienzo el observar que puedes, al menos, ejercitar tus alas para poder, en un futuro, decidirte -si es que así lo deseas- a sobrevolar la sima de la incertidumbre que ante ti se muestra.
Pero también puedes tener esa mirada curiosa de niño en el comienzo del día y terminar callendo en la mayor de las desolaciones tras algún otro pensamiento lúcido que te muestra la cruel realidad, escupiendote a la cara la fría y seca verdad que ante ti se muestra, paralizándote de nuevo y consiguiendo que te dejes otra vez embeber por la bruma y las tinieblas.
Creo que en esos días yo necesito estar sólo y llorar, dejarme agasajar por el dolor y la pena y complacerme con el egocéntrico sentimiento de abandono y abatimiento. Pero también esos días también eso se te niega y percives que hay cosas que te hunden y arrastran por las que ya no puedes llorar, y que te hacen sentirte mal por dejarte llevar por esa dulce corriente que te va sumergiendo más y mas en los negros abismos de la casi depresión. Son días duros estos, en los que te contradices y no cesas de luchar contigo y contra ti para no llegar a ningún lugar aparte de la desesperación y la rabia.
Ayer lloré, después de estar otra vez sólo en mi casa, una casa que hunde mi economía y acrecenta mi rabia, una casa llena de recuerdos y sensaciones, de sentimientos y pasiones, una casa que -según se mire- hoy en día no da más que problemas, y ya no más alegrías e ilusiones. Una casa que... al fin y al cabo era mi casa, mi mundo, mi vida, mi ilusión y futuro, porque esa casa era nuestra casa, nuestro mundo, nuestra ilusión y futuro y hoy en día no es más que un problema.
Hoy, de nuevo se me han saltado las lágrimas al escribir esto, hoy de nuevo creo que quiero llorar -aunque ya no lo haga- porque entre ayer y hoy me estoy empezando a dar cuenta de que hay días en que hasta las águilas necesitan llorar.

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