jueves, 16 de septiembre de 2010

ruidos

Ruido de platos rotos, gritos, lágrimas sordas y ciegas. Así está hoy mi cerebro, ...y mi alma -que no deja de ser una parte de mi cerebro-.

Ruido de platos, si. Voces mudas y llantos. Como si la lluvia trajera consigo el miedo, como si la calma no fuera nunca calma, es mentira.

Ruido de trastos viejos y cacerolas vacías. Tan vacías como en este momento está mi alma.

Ruido de pirotécnicas bombas, que aún siendo falsas dañan, porque no es más que falsedad lo que ahora me ocurre, ...lo que siempre me ocurre.

Ruido de obras en la calle, que traspasando la acera traspasan también la piel y los sentimientos, el corazón y el alma, para dejar que el agua de lluvia se filtre por los orificios que el pistolete va dejando, igual que las lágrimas mudas y ya inexistentes se filtran por las ranuras que la razón y los razonamientos dejan, sin querer, en su que hacer diário del contínuo continuar.

Ruido de músicas nuca escuchadas, porque nunca nadie las supo escribir ni interpretar.

Ruido de visceras descarnadas y del dolor del observador.

Ruido del hijo que está extraviaso, que no es capaz de encontrar el camino de vuelta al hogar, a su hogar, su vida. Esa vida que, por muy odiosa que sea cuando es cierta, da seguridad y firmeza ante la incertidumbre.

Ruido al fin y al cabo.

¡Cállense todos!, ¡por favor!, cállense de una vez en mi mente, cállense para siempre.

No quiero escuchar más ruidos.

No, no lo quiero ya. No lo quiero más. Símplemente no lo quiero.

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